

¿Por qué comemos más cuando estamos ansiosos?
Por: Daniel Amorena
3 Jul, 2023
No es ningún secreto que muchas personas se dirigen al refrigerador en busca de consuelo cuando los problemas les asedian. Un comportamiento que nada tiene que ver con el apetito real y que aparece como una compensación para lidiar con afectos como la tristeza, la ansiedad, el estrés y hasta el aburrimiento.
El hambre emocional —o el apetito emocional— aparece cuando otras estrategias de gestión emocional no terminan de funcionar. Entonces se consumen alimentos, incluso sin estar hambrientos.
Este es uno de sus signos principales, además de la ingesta impulsiva e incontrolada —la persona no sabe por qué lo hace— o la instrumentalización de la comida para sentirse mejor. Este tipo de conductas, según recupera la BBC de un estudio del University College en Londres, pueden estar condicionadas por el ambiente familiar y comenzar a construirse en los primeros años de la niñez.
Los comportamientos asociados al apetito emocional no son problemáticos siempre y cuando no sean recurrentes. Cuando forman parte de un hábito cotidiano, el asunto puede sugerir una relación poco saludable con la comida.
Es que muchos padres, a falta de mejores recursos durante la crianza, pueden utilizar la comida para consolar, premiar o satisfacer a los hijos. La regulación emocional de éstos puede empezar a depender de la alimentación en registros y patrones muy tempranos.
A la larga, además de proyectar un mayor riesgo de obesidad, el apetito emocional inculcado en la infancia podría convertirse en un factor diferencial en la aparición de trastornos alimentarios como la anorexia nerviosa o la bulimia; aunque muchos otros factores son necesarios para desencadenarlos.
Las investigaciones del pasado habían insistido en que la carga genética era responsable, en gran medida, de los comportamientos alimentarios en los individuos. Esta tendencia está cambiando lentamente.
Ahora, muchos estudiosos resaltan el papel del aprendizaje y del entorno familiar en la adopción de estos comportamientos. No se manifiestan por características heredadas, sino por patrones de aprendizaje adquiridos desde muy temprano. El uso y el valor que la comida tiene en la familia influenciará de forma directa la relación de la persona con los alimentos.
Ahora se sabe que patrones alimentarios, como el apetito emocional, son capaces de saltar de una generación a otra. Así que cuando una persona abre el refrigerador en busca de consuelo por su estado afectivo, una temprana relación con la comida podría estar apareciendo actualizada.
Foto de portada: Sean Benesh en Unsplash
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